Según se lee en San Mateo (Mt 26, 62), el mismo Caifás tomó el toro por las astas, agregando una nueva nulidad a la causa (¿ y ya van…?), pues el mismo juez devino en juez y parte al mismo tiempo, como se dice en los tribunales. Toda legislación y especialmente la hebrea prohibía que el juez acusase al imputado: «si un testigo se encarga de acusar a un hombre de haber violado la ley, en esta diferencia que tendrán entre sí, se presentarán los dos ante el Señor, en presencia de los sacerdotes y jueces que entonces estén en ejercicio» (Deut. 19, 16- 17). Es decir, el acusador y el juez deben ser distintos; pero la suerte estaba echada y, como había dicho Caifás: «es necesario que uno muera por todos» (Jn 18, 14)
¡Crucifícalo!: Análisis histórico-legal de un deidicio
Javier Olivera Ravasi
