El hombre es un ser religioso por naturaleza: «De múltiples maneras, en su historia, y hasta el día de hoy, los hombres han expresado su búsqueda de Dios por medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos (oraciones, sacrificios, cultos, meditaciones, etc.).
A pesar de las ambigüedades que pueden entrañar, estas formas de expresión son tan universales que se puede llamar al hombre un ser religioso» (Catecismo, 28); en él hay un profundo deseo de trascendencia, de inmortalidad, y una profunda atracción hacia el mundo de lo espiritual. Este deseo ha sido puesto por Dios en el hombre para que le busque, le ame y le sirva, y de esa manera encuentre su plenitud.
El Demonio, en su afán de tentar y hacer perder al hombre, en su afán por separarlo de Dios y llevarlo a la perdición, se aprovecha de este mismo deseo que está inscrito en su naturaleza. Su estrategia no es simplemente hacerle creer que Dios no existe, ni hacerlo un ser antirreligioso, pues sabe que la fe es un aspecto esencial en el hombre; su estrategia más que hacer que el hombre deje de creer es desviar su fe del verdadero Dios para ponerla en miles de objetos, personas, prácticas, y sobre todo en sí mismo.
Es decir, el demonio pone frente al hombre un mundo de espiritualidad, una explosión de creencias, ritos, prácticas, supersticiones, filosofías, lo hace un ser profundamente religioso, pero desviando su fe de Jesucristo, del verdadero Dios. Esta es la gran mentira del Demonio: La Nueva Era
