En el Antiguo Testamento los Profetas, después de Amos, no dejan de recordar, con particular vigor, las exigencias de la justicia y de la solidaridad, y de hacer un juicio extremamente severo sobre los ricos que oprimen al pobre. Toman la defensa de la viuda y del huérfano. Lanzan amenazas contra los poderosos: la acumulación de iniquidades no puede conducir más que a terribles castigos. Por esto la fidelidad a la Alianza no se concibe sin la práctica de la justicia. La justicia con respecto a Dios y la justicia con respecto a los hombres son inseparables. Dios es el defensor y el liberador del pobre.
Tales exigencias se encuentran en el Nuevo Testamento. Aún más, están radicalizadas, como lo muestra el discurso sobre las Bienaventuranzas. La conversión y la renovación se deben realizar en lo más hondo del corazón.
Ya anunciado en el Antiguo Testamento, el mandamiento del amor fraterno extendido a todos los hombres constituye la regla suprema de la vida social[7]. No hay discriminaciones o límites que puedan oponerse al reconocimiento de todo hombre como el prójimo
SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE INSTRUCCIÓN SOBRE ALGUNOS ASPECTOS DE LA «TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN»
