
La tarea misionera implica un diálogo respetuoso con los que todavía no aceptan el Evangelio (cf RM 55). Los creyentes pueden sacar provecho para sí mismos de este diálogo aprendiendo a conocer mejor «cuánto […] de verdad y de gracia se encontraba ya entre las naciones, como por una casi secreta presencia de Dios» (AG 9). Si ellos anuncian la Buena Nueva a los que la desconocen, es para consolidar, completar y elevar la verdad y el bien que Dios ha repartido entre los hombres y los pueblos, y para purificarlos del error y del mal «para gloria de Dios, confusión del diablo y felicidad del hombre» (AG 9)