El Señor narra la parábola del siervo sin entrañas (Mt 18,23-35). En resumen, un rey perdona a un criado una deuda de diez mil talentos; este criado se encuentra con alguien que le debe cien denarios y no lo perdona. El rey se entera, se enfada y envía a este siervo inicuo a la cárcel. El Señor concluye diciendo “Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano” (Mt 18,35). La enseñanza es clara; es un eco de la petición del Padre Nuestro. El Señor nos ha perdonado la deuda infinita del pecado, ¿quiénes somos nosotros para no perdonar a los que nos han ofendido si su falta es infinitamente inferior a la que cometemos nosotros contra Dios?
¿Por qué tanta insistencia en el tema del Perdón? Lo repetimos: porque es indispensable para ser feliz. Quien no perdona no ama lo suficiente a Dios porque no le obedece, no se ama suficientemente a sí mismo porque se amarga la vida, además de correr el riesgo de ir a aquella cárcel de que habla el Señor (cf. Mt 18,34), y no ama suficientemente al prójimo porque en la inmensa mayoría de ocasiones es hacia él hacia quien va dirigido el rencor… sin amor ¿quién puede ser feliz?
