Resulta sintomático que la propia palabra «cultura» haya sido una innovación del siglo XVIII. Como ya se ha visto, esta palabra encuentra su raíz en la relación laboriosa del hombre con la tierra, que en la modernidad se concibe más bien como dominación técnica. El hombre, al cultivar la tierra, transforma su entorno y garantiza su supervivencia. Cultivar supone una acción deliberada, consciente, estudiada, planificada y, a no dudar, vital. De ahí que «cultura» fuese una metáfora tan clara de lo que quería decirse: cuando se hablaba del hombre «cultivado» se entendía a aquel que había sido moldeado por las ideas correctas y el buen gusto.
Además, el hombre es cultivado de una forma muy similar a como cultivamos la tierra: con trabajo arduo y fuerza. Recuérdese que, para Kant, «las bellas artes y las ciencias» preparan «al hombre para un dominio en el que sólo la razón debe tener el poder»: la cultura plantea una lucha contra la naturaleza en la que el hombre, por fin, puede realizarse moralmente.
Para Fichte, otro de los gigantes del idealismo alemán, la cultura supondrá «la total independencia de todo lo que no es nosotros mismos, nuestro puro Yo». En efecto, a diferencia de los animales, «la plasticidad como tal es el carácter del hombre».
Por ello las mayores esperanzas de la Ilustración fueron puestas en los sistemas educativos llamados a lograr cosechas humanas excepcionales. Para Kant, el hombre «no es nada más que aquello que la educación hace de él». Fichte propondrá un proyecto de «educación nacional» en Alemania, indicando que el objetivo de la educación era «a lo sumo formar algo en el hombre; en lo sucesivo se trata de formar al hombre mismo». En Francia, para Helvetius y para d’Holbach, «la educación lo puede todo», pues «se hace con el hombre todo lo que se quiera».
El lugar del Creador pasa así de Dios al pedagogo, Frankenstein de los nuevos tiempos. Bauman ha descrito el cambio de la premodernidad a la modernidad, en lo que a la visión del hombre y su cultura concierne, con una bella metáfora. En las sociedades premodernas, dice el sociólogo polaco, se tienen «culturas silvestres» que crecen por sí mismas, tan solo vigiladas por «guardabosques» que no imprimen en ella una dirección predeterminada, sino que, a lo sumo, acompañan y protegen su desarrollo. En cambio, lo que emergen en la modernidad son «culturas de jardín», detalladamente moldeadas por «jardineros» que
intervienen en el paisaje humano para realizarlo a imagen y semejanza de un modelo previo que está en sus mentes.
Kant, Der Streit der Fakultäten [1789], 1. Abschnitt, Anhang: Von einer reinen Mystik in der Religion, W, t. VI, p. 341. Citado en Brague, El reino del hombre, p. 140.
Fichte, Berichtigung, I, 1, p. 69. Citado en Brague, El reino del hombre, p. 141. Citado en Brague, El reino del hombre, p. 142.
Kant, Über Pädagogik, W, t. IV, p. 693-762. Citado en Brague, El reino del hombre, p. 211.
Fichte, Reden an die deutsche Nation, 2, AW, t. V, p. 387, 393. Citado en Brague, El reino del hombre, p. 211.
Helvétius, De l’homme [1772], X, 1, Oeuvres complétes, París, Lepetit, 1818, t. II, p. 566; d’Holbach, Systéme social [1773], primera parte, cap. 1, París, Fayard, 1994, p. 28. Citado en Brague, El reino del hombre, p. 221.
Cf. Zygmunt Bauman, Legisladores e intérpretes, pp. 77-80
