nieto del conocido Federico Barbarroja: se trataba de un curiosísimo personaje, luego de haber sido excomulgado por el Papa, se embarcó en una Cruzada logrando el éxito imprevisto al punto de coronarse a sí mismo en el Santo Sepulcro. En su comitiva, sin embargo, posea un verdadero harén en el que había sobre todo mujeres moras y sus
costumbres era más que reprochables, al punto que sus estrechos lazos de amistad con los musulmanes lo hicieron sospechoso de haberse convertido en secreto al islamismo, acusación no suficientemente fundada, ya que lo que al parecer más apreciaba del Islam no era tanto su doctrina cuanto la voluptuosidad de las costumbres musulmanas. Singular figura la de este Emperador que en pleno siglo XIII preanuncia, como algunos lo han señalado, el estilo de los príncipes del Renacimiento, tal y como lo delinearía Maquiavelo.
En nuestro siglo ciertos historiadores lo han cubierto de elogios, creyendo ver en él al
precursor del «déspota ilustrado», escéptico, tolerante, culto, en resumen, un soberano de ideas «modernas» perdido en el mundo feudal, pero cruzado…
Federico II y su halcón. De su libro De arte venandi cum avibus (El arte de cazar con pájaros). De un manuscrito en Biblioteca Vaticana, Pal. lat 1071, fol. 1), finales del siglo XIII
