El idiota moderno

es tan afortunado como ingrato, porque vive condiciones materiales de vida inigualables pero elige desconocer los fundamentos históricos y culturales en los que semejantes condiciones han sido
posibles. Mirándose el ombligo, y nada más que él, no puede mirar hacia atrás y descubrir los tesoros del pasado. Por lo mismo, su mirada hacia adelante no alcanza a avizorar más que el cortísimo plazo. Así, goza de un presente cuyo origen se le escapa: ni siquiera le interesa. Por eso, termina creyendo que el mundo en el que ha nacido ha surgido de la nada, como si fuera parte de la naturaleza (y no de la historia): <Estas masas mimadas son lo bastante poco inteligentes para creer que esa organización material y social, puesta a su disposición como el aire, es de su mismo origen, ya que tampoco falla, al parecer, y es casi tan perfecta como la natural>

En la década de 1980, Allan Bloom advertía con claridad este problema en sus estudiantes: <Este futuro indeterminado o abierto
y la falta de un pasado vinculante, significan que las almas de los jóvenes se encuentran en un estado semejante al de los primeros hombres en estado natural: espiritualmente desnudos, desconectados, aislados, sin relaciones heredadas o incondicionales con nada ni con nadie. Pueden ser lo que quieran ser, pero no
tienen ninguna razón particular para querer ser nada en especial>

El cierre de la mente moderna. Barcelona: Plaza y Janés Editores, 1989, p. 89)

Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, p. 74.

Publicado por paquetecuete

Cristiano Católico Apostólico y Romano

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