Platón, cuyo más importante texto político es en realidad un escrito educativo, tenía plena consciencia de lo delicado del asunto.
Hipócrates le dice a Sócrates que está dispuesto a dar a Protágoras todo lo suyo a cambio de que lo haga sabio. Dado que Protágoras es un famoso sofista, Sócrates reprende a Hipócrates: ¿Sabes a qué clase de peligro vas a exponer tu alma? Desde luego si tuvieras que confiar tu cuerpo a alguien, arriesgándote a que se hiciera útil o nocivo, examinarías muchas veces si debías confiarlo o no, y convocarías, para aconsejarte, a tus amigos y parientes, meditándolo durante días enteros. En cambio, lo que estimas en mucho más que el cuerpo, el alma, y de lo que depende el que seas feliz o desgraciado en tu vida, haciéndote tú mismo útil o malvado, respecto de eso, no has tratado con tu padre ni con tu hermano ni con ningún otro de tus camaradas, si habías de confiar o no tu alma al extranjero ése recién llegado. . .
La educación es una operación sobre el alma. Condiciona la vida entera de la persona. Las dimensiones morales y políticas que la educación involucra repercuten sobre el alma. Pero hace tiempo que hemos perdido esto de vista. Redujimos la educación a una pobrísima instrucción técnica, concebida exclusivamente para satisfacer las necesidades y los deseos del cuerpo. Así, la pregunta de Sócrates resulta hoy ininteligible: «¿Sabes a qué clase de peligro vas a exponer tu alma?». También resultaría extraña la pregunta inversa: «¿Sabes a qué clase de beneficios vas a exponer tu alma?». Los únicos beneficios que hoy se esperan de la educación son el cultivo de algún saber técnico del que proceda alguna ganancia dineraria y nada más. Grandes filósofos de la era cristiana también entendieron la educación como una operación sobre el alma. En el caso de san Agustín, por ejemplo, el educando es auxiliado por el educador para descubrir lo que en su alma ya habitaba desde el principio. La educación saca a la luz un conocimiento que estaba latente, esperando a emerger. Para ello, el educador se vale de palabras y otros signos, pero como una <invitación> para <consultar> nuestra alma, donde yace la verdad.
No obstante, a quien consultamos realmente es a Aquel <del que se dice que habita en el hombre interior, Cristo, es decir, la inmutable virtud de Dios y la eterna sabiduría>.
Siglos más tarde, santo Tomás, que entenderá la educación como <conducción y promoción de la prole al estado perfecto de hombre en cuanto hombre, que es el estado de la virtud>, responderá a Agustín. Dios ha dado la luz de la razón al hombre, con la que se conocen los primeros principios, y en este sentido <está claro que solo Dios es quien interior y principalmente enseña>.
Sin embargo, la aplicación de esos principios debe ser enseñada, y también llamamos <maestro> a quien a ello se aboca. La enseñanza del maestro mundano puede no ser causa eficiente principal del conocimiento, pero si es causa eficiente auxiliar: <Como se dice que el médico causa la salud en el enfermo, actuando la naturaleza, así se dice que el hombre causa el conocimiento en otro con la operación de la razón natural de aquel. Esto es enseñar>
Platon, Protagoras, 313a-b
De magistro, $ 38
Suppl., II1, q.41,a 1
De magistro, a. 1.
