El derecho y la moral, después de haber echado a Dios de su campo, buscan afanosos un clavo ardiendo a que agarrarse, algo que les pueda servir de cimiento, por deleznable que sea, para substituir «al que puesto está, que es Cristo Jesús». De este modo, ¿qué tiene de extraño que nada se tenga en pie, que todo se tambalee, que todo esté en crisis en los tiempos que corremos… ? ¿No lo había anunciado ya, con mirada profética y lógica irrefragable, nuestro Donoso Cortés y el alemán Spengler, por no citar sino el primero y el último de la serie…?
Faltó la teología, faltó la fe, y faltó, consiguientemente, como el alma de la humanidad. La razón autónoma no pudo sostenerse. Se perdió el sentido de la vida y, naturalmente, el de la muerte. Y, al querer suprimir misterios, todo se convirtió en misterio; y el hombre no encuentra por todas partes, ni fuera ni dentro de sí, sino insolubles problemas. Y esa nuestra voluntad con ansias infinitas, ¿adonde se encaminará?… ¿Cerrar los ojos? ¿Dejar que la bestia impere…? Pero hay algo vivo siempre a nuestro interior que no se sacia, que no se puede saciar con lo que se sacian las bestias. «Hicístenos, Señor, para ti, decía San Agustín, y nuestro corazón no descansa mientras no descanse en ti».
TEOLOGÍA DE LA PERFECCIÓN CRISTIANA POR EL RVDO. P. FR. ANTONIO ROYO MARÍN, O. P
