Hijos: Verdaderos servidores de la Santísima Virgen, que como otros tantos Domingos, vayan por todas partes con la antorcha brillante y ardiente del Santo Evangelio en la boca y el Santo Rosario en la mano, a ladrar como perros, a quemar como brasas y alumbrar las tinieblas del mundo como soles.
Y que, por medio de la verdadera devoción a María, –es decir, interior sin hipocresía, exterior sin crítica, prudente sin ignorancia, tierna sin indiferencia, constante sin liviandad y santa sin presunción–, aplasten, por dondequiera que vayan, la cabeza de la antigua serpiente para que la maldición que le lanzaste se cumpla enteramente:
“Pongo perpetua enemistad entre ti y la Mujer; entre tu linaje y el suyo; Ella te aplastará la cabeza”
*Santo Domingo de Guzmán (1170-1221), Fundador de los Domínicos, nació en España, predicó mucho en Francia, y murió en Italia. Su mamá, antes que él naciera soñó proféticamente con un perrito que tenía una antorcha en la boca: es que Santo Domingo y la Orden que iba a fundar, con la predicación llevarían por todas partes la antorcha de la Palabra de Dios. En cuanto al Sto. Rosario, popularmente se atribuye a Santo Domingo la difusión de esta “Oración predilecta” de Juan Pablo II (Pero, ver “El Secreto Admirable”, de San Luis María de Montfort, nota del número 33 de la edición peruana.
Jordán de Sajonia, Libellus de P.Q.P.
Gén 3,15
