Colores, formas, texturas, diseños, tamaños, estilos, imágenes, sonidos: variables a combinar incesantemente para producir diferencias que empiezan a valorarse aún más que la propia funcionalidad del objeto de consumo y que ya no son parte de la cosa, sino agregados aleatorios, nimiedades intercambiables, que no reflejan ni una belleza estética externa al producto ni una belleza interna que procure manifestar con elegancia la funcionalidad (verbigracia: espantosos automóviles con aletas o motocicletas con luces de neón). El valor de signo sobrepasa en muchos casos el valor de uso: la cultura posmoderna «estimula el consumo de bienes entendidos más como “valores de signo” que como valores de uso»,dice Scott Lash, a lo que yo agrego que, por eso mismo, se articula bien con una sociedad de consumo tal como aquí ha sido definida
Lash, Sociología del posmodernismo, pp. 64-65. 426.
