
Martirio
Alguien podría decir que Pablo contemplaba en esas ocasiones el fruto que más tarde habla de sembrar con sus obras, y que además, en tales circunstancias, jamás le asustó el miedo a la muerte. Le concedo ampliamente el primer punto, pero no me aventuraría a afirmar estrictamente el segundo. Que el valeroso corazón del Apóstol no era impermeable al miedo es algo que él mismo admite cuando escribe a los corintios: «Así que hubimos llegado a Macedonia, nuestra carne no tuvo descanso alguno, sino que sufrió toda suerte de tribulaciones, luchas por fuera, temores por dentro» . Y escribía en otro lugar a los mismos: «Estuve entre vosotros en la debilidad, en mucho miedo y temor . Y de nuevo: «Pues no queremos, hermanos, que ignoréis las tribulaciones que padecimos en Asia, ya que el peso que hubimos de llevar superaba toda medida, más allá de nuestras fuerzas, hasta tal punto que el mismo hecho de vivir nos era un fastidio» .
¿No escuchas en estos pasajes, y de la boca del mismo Pablo, su miedo, su estremecimiento, su cansancio, más insoportable que la misma muerte, hasta tal punto que nos recuerda la agonía de Cristo y presenta una imagen de ella? Niega ahora si puedes que los mártires santos de Cristo sintieron miedo ante una muerte espantosa. Ningún temor, sin embargo, por grande que fuera, pudo detener a Pablo en sus planes para extender la fe; tampoco pudieron los consejos de los discípulos disuadirle para que no viajara a Jerusalén (viaje al que se sentía impulsado por el Espíritu de Dios), incluso aunque el profeta Agabo le había predicho que las cadenas y otros peligros le aguardaban allí.
El miedo a la muerte o a los tormentos nada tiene de culpa, sino más bien de pena: es una aflicción de las que Cristo vino a padecer y no a escapar. Ni se ha de llamar cobardía al miedo y horror ante los suplicios. Sin embargo, huir por miedo a la tortura o a la misma muerte en una situación en la que es necesario luchar, o también, abandonar toda esperanza de victoria y entregarse al enemigo, esto, sin duda, es un crimen grave en la disciplina militar. Por lo demás, no importa cuán perturbado y estremecido por el miedo esté el animo de un soldado; si a pesar de todo avanza cuando lo manda el capitán, y marcha y lucha y vence al enemigo, ningún motivo tiene para temer que aquel su primer miedo pueda disminuir el premio. De hecho, debería recibir incluso mayor alabanza, puesto que hubo de superar no sólo al ejército enemigo., sino también su propio temor; y esto último, con frecuencia, es más difícil de vencer que el mismo enemigo.
LA AGONÍA DE CRISTO
Por Santo Tomás Moro
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