Con el prójimo: Antes del pecado, Adán al contemplar a Eva exclamó: “esta sí que es carne de mi carne y hueso de mis huesos” (Gén 2, 23); es decir, la sentía como suya, como un regalo de Dios y como alguien semejante a él. Después de la caída ya no se refiere a ella con la misma familiarida: “la mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí” (Gén 3,12), ahora la acusa. «La unión entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones (cf. Gén 3,11-13); sus relaciones estarán marcadas por el deseo y el dominio (cf. Gén 3,16)» (Catecismo, 400)
