Postura
La postura del cuerpo tiene una gran importancia en la oración. Sin duda es el alma quien ora, no el cuerpo; pero, dadas sus íntimas relaciones, la actitud corporal repercute en el alma y establece una especie de armonía y sincronización entre las dos.
En general, conviene una postura humilde y respetuosa. Lo ideal es hacerla de rodillas, pero esta regla no debe llevarse hasta la rigidez o exageración. En la Sagrada Escritura hay ejemplos de oración en todas las posturas imaginables; de pie (Jdt 13,6; Lc 18,13): sentado (1 Rey 7,18); de rodillas (Lc 22,41; Hch 7,60); postrado en tierra (1 Rey 18,42; Jdt 9,1; Mc 14,35), y hasta en el lecho (Sal 6,7).
Evítense, cualquiera que sea la postura adoptada, dos inconvenientes contrarios: la excesiva comodidad y la mortificación excesiva. La primera, porque, como dice Santa Teresa, «regalo y oración no se compadecen” (Camino 4,2); y la segunda, porque una postura excesivamente penosa e incómoda podría ser motivo de distracción y aflojamiento en el fervor, que es lo principal de la oración.
