En música, aun hoy podemos deleitarnos con los himnos en canto llano y gregoriano–que hoy apasionan a varios músicos modernos– que siguen siendo un testimonio perenne de la música compuesta para mayor gloria de Dios. Pero no solo se cantaba a Dios o sobre Dios; en aquella época la música se daba tanto en el ámbito profano como en el religioso siendo incluso un vehículo para la transmisión de la cultura (solo el Cantar del Mío Cid es testimonio de ello). La música era como el río en el cual navegaban los conocimientos populares. Era en ella donde los trovadores narraban los sucesos acaecidos con gracia y armonía. Se creaban notas, melodías y hasta instrumentos propios (hoy todavía se usa el arpa, las flautas, el laúd, el órgano, la viola de rueda y de gamba, la cornamusa, etc.); ni qué decir de los eximios compositores medievales a los que hoy podemos oír gracias a sus partituras
Adam de la Halle, también conocido como Adan de la Hale, Adan d’Arras, Adan le Boscu d’Arras, Adam le Bossu (Adam el jorobado) y le boiteux (El Cojo), (Arras, Norte-Paso de Calais, c. 1240 – Nápoles, c. 1287) fue un trovero, puesto que compuso sus obras en lengua de oïl, poeta y músico francés quien terminó con la tradición largamente establecida de escribir poesía y música litúrgica, siendo uno de los fundadores del teatro secular en Francia. Pertenece a la tercera generación de troveros, que desarrolló su trabajo entre 1250 y 1300.