Puede verse en ello, con mucha claridad, cómo la religión aparece como el centro necesario no solo de la teología, por supuesto, sino también de la ciencia en general (siendo la teología, de hecho, la más importante de las ciencias) e incluso de la literatura; y cómo el «profesor eminente» es, en efecto, el profesor de teología. Como afirma Marc Bloch, «toda concepción del mundo de la que lo sobrenatural estuviese excluido era completamente extraña a los espíritus de esa época» Así, era dable esperar que otras áreas de la cultura, como la pintura, la música o la escultura estuvieran atravesadas también por una visión religiosa de su propia función estética. El arte fue puesto al servicio de expresar, y al mismo tiempo enseñar, cómo vivir en una sociedad que tenía a Dios en su centro de gravedad
Edgar de Bruyne, La estética de la Edad Media (Madrid: Visor, 1994), pp. 188-212. 49. Alfredo
