La era de la razón, típicamente moderna e ilustrada, fue sucedida por la era de la opinión, típicamente posmoderna. Aquella es <sólida>, esta es <líquida>. La primera es episteme, la segunda es pura doxa: una <corazonada> que no necesita realmente de ningún argumento. No es casualidad que hoy el verbo <sentir> sea más usado que el verbo <pensar> (<yo siento que..>: así se introducen hoy incluso los <argumentos>). Allí donde los padres de la
democracia moderna se esforzaron por ver una razón articulada con una <voluntad general>, hoy solo quedan encuestas de opinión, medición de gustos y corazonadas traspasadas a figuras en la pantalla. Los gráficos de barra, puntos y pastel sí pueden
ser televisados.
Se quiere la fotografia del instante: no del pueblo sino de la sura de los individuos anónimos de una muestra.
No obstante, estas figuras resultan un poco aburridas. Como el informe del clima, para el que ahora se necesitan mujeres hermosas, hechas a base de gimnasio y silicona. De la misma forma que ellas importan más que el clima, las celebridades hoy importan más que los insulsos sondeos que con tantos cuidados metodológicos – en principio proponen las ciencias sociales. Otra vez: la videocracia se basa en la diferencia, no en la repetición. Por ello mismo no es democrática. El enteramente diferente es la celebridad que aparece en televisión (y justo por ser enteramente diferente aparece en televisión), y su opinión
requerida siempre en tanto que voz autorizada (autorizada por su celebridad que, en un claro círculo vicioso, es resultado de aparecer en televisión), vale a menudo más que el sondeo más completo. Como las chicas del clima, que no saben mucho de climatología, pero que han pasado muchas horas haciendo glúteos, las celebridades no suelen saber mucho de nada, pero han aparecido muchas horas en la pantalla. Y en televisión hay
que gustar, no convencer.
Nicolás Márquez y Agustín Laje. El Libro Negro de la Nūëva Izquīērda: Ideolœgįa de génęrº o subversión cultural
