El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio: «La víctima es una y la misma. El mismo el que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, el que se ofreció a sí mismo en la cruz, y solo es diferente el modo de ofrecer» (Concilio de Trento: DS 1743). «Y puesto que en este divino sacrificio que se realiza en la misa, se contiene e inmola incruentamente el mismo Cristo que en el altar de la cruz «se ofreció a sí mismo una vez de modo cruento»; […] este sacrificio [es] verdaderamente propiciatorio» (Ibíd)