Convenía, dice, que tuviésemos un pontífice santo, inocente, inmaculado, superior a los pecadores y elevado más alto que los Cielos. La ley establecía sacerdotes a hombres sujetos a enfermedades y miserias; pero la palabra de Dios, confirmada con su juramento, estableció pontífice para siempre a su Hijo, que es perfecto
Hebreos 7, 26-28
