La ofrenda de la preciosa sangre puede ser hecha en todo tiempo y en cualquier lugar, pero nunca y en ninguna parte tan fructuosamente como en la Misa, porque allí está real y verdaderamente. El que en la Misa dice: Señor, os ofrezco esta sangre divina por manos del sacerdote, ofrece realmente la preciosa sangre que el sacerdote tiene en el cáliz. «Si un hombre, añadía Santa Magdalena de Pazzi ofrece la sangre de Jesucristo a Dios Padre, le hace un don tan grande, que Dios que lo recibe, se reconoce deudor de su criatura. Con excepción de Dios infinito, no hay nada en el Cielo y en la Tierra que igualen en valor a esta sangre, de la cual una sola gota es más preciosa que un océano de sangre de mártires
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Abba Patter 