Proto ingenieros culturales
La Razón, pues, fue sacralizada. La iglesia de Notre-Dame fue convertida en un «templo de la Razón». Los miembros de la Comuna de París se dirigían a la Convención, solicitando tales modificaciones, de la siguiente manera: «la sola Razón ahora tiene altares; así lo quiere la opinión pública. Se ha acordado que la antigua iglesia metropolitana esté en adelante consagrada a la Razón». El librero y filósofo Momoro ha descrito que, al ingresar al renovado templo, se consagraba el lugar «A la Filosofía», y que «la entrada de este templo estaba adornada con los bustos de los filósofos que por su ilustración habían contribuido más a que llegara la actual Revolución». Como nunca antes, el cambio social, en este caso de tipo revolucionario, era adjudicado en gran parte a los efectos concretos de las ideas y doctrinas de ciertos hombres. Los héroes revolucionarios son santificados como próceres y sus adversarios son, o bien demonizados, o bien borrados directamente de la historia, como ocurrió con pinturas trucadas en las que se suprimió de la escena a diputados guillotinados. El poder de la imagen y el poder de la historia ya se advertían con claridad por los (proto) ingenieros culturales, que jugaban a una suerte de photoshop primitivo. Muchas otras iglesias fueron convertidas desde entonces en «templos de la Razón», como la de Saint-André de las Artes, donde un cartel rezaba: «Templo de la Revolución, la Razón ha recuperado su imperio sobre el error, y el hombre se ha despertado tras una larga pesadilla».
Sáenz, La nave y las tempestades, p. 380.
Brague, El reino del hombre, p. 128. 228.
