No hubo tal cosa como una resurrección real sino que los discípulos, por causa del estado psicológico en que se encontraban luego de la muerte de su maestro, alucinaron que este había resucitado y por ello empezaron su predicación
Respuesta: Esta es la llamada teoría de la alucinación cuyo principal defensor en la actualidad es el crítico alemán del Nuevo Testamento Gerd Lüdemann. De acuerdo con esta teoría Jesús no resucitó realmente de entre los muertos sino que los discípulos alucinaron ello. De este modo, tomaron como real algo que solo era ficticio e iniciaron el movimiento cristiano en base a dicha alucinación. Aparentemente esta teoría es bastante consistente. Sin embargo, luego de un análisis más detallado, uno puede darse fácilmente cuenta de que ese no es el caso por las siguientes razones: Primero, porque esta teoría no explica el hecho de la tumba vacía. Una alucinación puede hacer que un discípulo se mueva por algún tiempo predicando a Jesucristo resucitado (aunque dudosamente lo lograría por 30 años, que es más o menos el tiempo que el apóstol Pablo estuvo predicando) pero no puede hacer nada para mover el cuerpo fuera de la tumba.
Entonces, dado que la teoría de la alucinación no puede explicar este hecho, tendríamos que postular que los apóstoles predicaban incansablemente y la gente se creía en ello masivamente ¡en un contexto en el que las autoridades judías y romanas podían fácilmente mostrar los huesos de Jesús en el sepulcro! Altamente implausible, a decir verdad. Segundo, porque no se dan en los discípulos originales las condiciones internas de la alucinación. Para que se dé una alucinación debe haber una disposición clara. Sin embargo, cuando analizamos los relatos de la resurrección nos encontramos con que faltan estos factores: las mujeres que encontraron la tumba vacía estaban inicialmente “asustadas” (cfr. Lucas 24: 4); los apóstoles consideran el testimonio de las mujeres “una locura” (Lucas 24: 11); María Magdalena cree incluso en una segunda instancia que el cuerpo de Jesús había sido robado (cfr. Juan 20: 13- 15); al ver luego a Jesús los apóstoles “se asustaron mucho, pensando que estaban viendo un espíritu” (Lucas 24: 37), siendo que éste tuvo que reprenderlos “por su falta de fe y terquedad” (Marcos 16: 14); Tomás se mostró prácticamente inflexible en su incredulidad (cfr. Juan 20: 24- 25); e incluso varios días después “algunos dudaban” (Mateo 28: 17). ¿Es acaso esta la disposición de ánimo de gente que va a tener o está teniendo alucinaciones? Tercero, porque las alucinaciones solo se dan con base en lo que uno tiene en la mente y los primeros discípulos no podían creer de buenas a primeras en una resurrección como la de Jesús (es decir, una individual, gloriosa y antes del fin de los tiempos).
Y es que si bien es cierto que si escudriñamos a fondo las Escrituras judías podemos encontrar elementos que apuntan hacia la resurrección del Mesías, no hay nada suficientemente directo y explícito en ese sentido como para que asumamos tal expectativa como algo común entre los judíos “de a pie” del siglo I, y aquí debemos recordar que los apóstoles no eran rabinos expertos en las Escrituras sino hombres muy simples. De hecho, tan disonante era para ellos todo esto que aun cuando Jesús les había explicado lo concerniente a su muerte y resurrección por tercera vez “ellos no entendieron nada, ni sabían de qué les hablaba, pues eran cosas que no podían comprender” (Lucas 18: 34)
Cuarto, porque la teoría de la alucinación no se constituye como una buena explicación de otro hecho establecido como es la conversión de San Pablo. En efecto, está históricamente documentado que Pablo, como Saulo de Tarso, era un judío fanático que “perseguía a la iglesia, y entraba de casa en casa para sacar a rastras a hombres y mujeres y mandarlos a la cárcel” (Hechos 8: 3) al punto que “no dejaba de amenazar de muerte a los creyentes” y hasta “le pidió al Sumo Sacerdote cartas de autorización para ir a las sinagogas de Damasco, a buscar y llevar presos a los que seguían el Nuevo Camino” (Hechos 8: 1,2). ¿“ Nuevo Camino”? ¡¿ esa no sería una terrible herejía para Pablo, el más ortodoxo de los ortodoxos?! Es claro, pues, que él no tenía ninguna predisposición a creer en la resurrección de Cristo. Pero terminó creyendo en ella. ¿Cuál es la mejor explicación entonces? La que él mismo dio: que efectivamente se le había aparecido Jesucristo resucitado. No obstante, Gerd Lüdemann, el defensor actual de la teoría de la alucinación, argumenta que todo esto fue solo producto de la mente de Pablo por causa
de que ya se venía sintiendo insatisfecho con la ley judía y tenía una atracción secreta por el Cristianismo. Sin embargo, esta afirmación no se sostiene. En primer lugar, porque contradice el testimonio del mismo Pablo quien decía ser “irreprochable” en el cumplimiento de la ley, a la cual tenía “en mucho valor” (cfr. Filipenses 3: 6- 7).
Decimos esto porque, como se recordará, una de las reglas para el análisis de textos era que “el beneficio de la duda ha de ser dado al documento, y no debe arrogárselo el crítico para sí mismo”, siendo esto último lo que hace Lüdemann. Más aún: se evidencia claramente que su teoría sobre los sentimientos internos de Pablo no es más que una hipótesis ad hoc en tanto que, para sostenerla, se ve obligado a interpretar el pasaje de Romanos 7 como parte de la experiencia pre- cristiana de Pablo lo cual es absolutamente implausible (basta leer la carta) y, de hecho, ha sido rechazado por “prácticamente todos los académicos” desde finales de 1920.
Finalmente, quinto, porque no da razón suficiente da la diversidad de las apariciones. Dice el apologista cristiano William Lane Craig: “¿ Podría esta hipótesis ser suficiente para explicar las apariciones de la resurrección? No realmente, por la diversidad de apariciones que rebasan los límites de cualquier cosa que pueda encontrarse en los libros de casos psicológicos. Jesús se aparece no solo una vez, sino muchas veces; no en un solo lugar y circunstancias sino en una variedad de lugares y circunstancias; no solo a un individuo, sino a diferentes personas; no solo a individuos, sino a varios grupos; no solo a creyentes sino a no creyentes e incluso enemigos. Postular una reacción en cadena entre los discípulos no resuelve el problema porque gente como Santiago o Pablo no estaban en la cadena”. Por tanto, la mejor explicación sigue siendo que Jesucristo en verdad resucitó de entre los muertos.
Gerd Lüdemann, What Really Happened to Jesus?, Westminster John Knox Press, Ken-
tucky, 1995.
Hans Kessler, Sucht den Lebenden nicht beiden Toten, Ed. Echter, Würzburg, 1995, p. 423.
William Lane Craig, Reasonable Faith: Christian Truth and Apologetics, Ed. Crossway Books, Wheaton, 2008, p. 385.
