Confieso con toda la Iglesia que, no siendo María sino una pura criatura salida de las manos del Altisimo comparada con la Majestad infinita, es menos que un átomo, o más bien, es nada, porque Sólo El es el que es, y, por consiguiente, que este gran Señor,
que es independiente y se basta a sí mismo, jamás ha tenido ni tiene, aún ahora, en absoluto necesidad de la Santísima Virgen para cumplir su voluntad y manifestar su gloria, puesto que a El le basta querer para hacer las cosas.
Digo, sin embargo, que, aun con eso, habiendo querido Dios comenzar y acabar sus mayores obras por la Santisima Virgen desde que la formó, hemos de creer que no cambiará de conducta en los siglos de los siglos, porque es Dios y no puede variar de
sentimientos ni de proceder
El Padre no ha dado al mundo su Unigénito más que por María. A pesar de los suspiros que hayan exhalado los Patriarcas, de las súplicas hechas por los Profetas y Santos de la ley antigua durante cuatro mil años, para obtener este tesoro, sólo Maria es la que le ha merecido y ha encontrado gracia delante de Dios por la fuerza de sus oraciones y la sublimidad de sus virtudes.
El mundo era indigno, dice S. Agustin, de recibir al Hijo de Dios inmediatamente de las manos del Padre por eso Este le ha entregado María, para que de sus manos le recibiera el mundo.
El Hijo de Dios se ha hecho hombre para nuestra salvación, pero sólo en María y por María. El Espiritu Santo ha formado a Jesucristo en María, pero después de haber pedido a Esta su consentimiento por medio de uno de los primeros ministros de su corte.
Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen libro de Luis María Grignion de Montfort
