Jesucristo, Verdad



Esto nos lleva a hablar de la causalidad ejemplar de Jesucristo, que ejercita sobre nosotros de tres maneras principales: a) en su persona; b) en sus obras, y c) en su doctrina

su doctrina.—Finalmente, Jesucristo ejercita sobre nosotros su papel de eterna Verdad comunicándonos, a través de su doctrina divina, el resplandor de su sabiduría infinita. La inteligencia de Jesucristo es un abismo donde la pobre razón humana, aun iluminada por la fe, se pierde y anonada. En Cristo existían cuatro clases de ciencia, completamente distintas, pero perfectamente combinadas y armonizadas entre sí: la ciencia divina, que poseía plenamente en cuanto Verbo de Dios; la beatifica, que le correspondía como bienaventurado aun acá en la tierra; la infusa, que recibió de Dios y en grado incomparablemente superior al de los ángeles, y la adquirida, que fué creciendo, o manifestándose cada vez más perfectamente, a todo lo largo de su vida 1°. Con razón se admiraba San Pablo al contemplar reunidos en Cristo todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col. 2,3). Y estos tesoros infinitos no quiso reservárselos exclusivamente para sí. Plugo al Padre que fueran comunicados a los hijos adoptivos en la medida y grado necesarios para su vida de tales. El mismo Cristo le decía al Padre en la última cena: «Yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos ahora las recibieron, y conocieron verdaderamente que yo salí de ti, y creyeron que tú me has enviado» (lo. 17,8). ¡Y qué doctrina la de Cristo! «Jamás hombre alguno habló como éste» (lo. 7,46). Las más celebradas concepciones de los llamados «genios de la humanidad» palidecen y se esfuman ante un solo versículo del sermón de la Montaña. Su moral sublime, iniciada en las divinas paradojas de las bienaventuranzas y rematada en el maravilloso sermón de las Siete Palabras que pronunció agonizante en la cruz, será siempre para la humanidad, sedienta de Dios, el código divino de la más excelsa perfección y santidad. El alma que quiera encontrar el verdadero camino para ir a Dios no tiene más que abrir por cualquiera de sus partes el Evangelio de Jesucristo y beber la Verdad a raudales. Los santos acaban por perder el gusto a los libros escritos por los hombres: «Yo—decía Santa Teresa del Niño Jesús—apenas encuentro algo en los libros, a no ser en el Evangelio. Ese libro me basta» 1′

Gf. Novissima verba is de mayo. 0.378 (Obras completas, Bureos loso). 12 Cf. 111,48 y 49

Publicado por paquetecuete

Cristiano Católico Apostólico y Romano

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