Una de las más dulces emociones que me hizo estremecerme fue la vista del Coliseo. Por fin podía ver aquella arena en la que tantos mártires habían derramado su sangre por Jesús, y ya me disponía a besar aquella tierra que ellos habían santificado. (…) y, arrodillándonos sobre aquella tierra sagrada, nuestras almas se fundieron en una misma oración…
Al posar mis labios sobre el polvo purpurado por la sangre de los primeros cristianos, me latía fuertemente el corazón. Pedí la gracia de morir también mártir por Jesús, y sentí en el fondo del corazón que mi oración había sido escuchada
Santa Teresa del niño Jesús. Historia de un alma
