Integralmente: Significa que la obediencia debe ser puntual, sin restricción, constante y alegre.
Puntual: porque el amor, que es el que mueve la obediencia perfecta, nos hace obedecer prontamente. Lo mismo dice San Bernardo: “el verdadero obediente no sabe de dilaciones, tiene horror a dejarlo para mañana; no entiende de demoras; se adelanta al mandamiento: está con los ojos fijos, el oído atento, la lengua pronta a hablar, las manos dispuestas a obrar, los pies prontos a correr; está enteramente recogido para entender enseguida lo que se le manda.”
Sin restricción: porque andar eligiendo obedecer en unas cosas sí y en otras no, es perder el mérito de la obediencia, y dar a entender que nos sometemos en lo que nos agrada es mostrar que no es sobrenatural nuestra obediencia.
Constante: en esto está uno de los mayores méritos de la obediencia; porque hacer con gozo una cosa por una sola vez que se nos manda, o cuando nos conviene, cuesta muy poco: pero cuando te dicen; harás siempre esto mismo mientras vivas, en eso está la virtud, en eso la dificultad.
Alegre: si no se inspira en el amor, es difícil que la obediencia sea alegre en lo penoso. No hay trabajo para el que ama, porque no piensa en lo que padece, sino en aquel por quien padece
