
«El pecado, en general, puede definirse con San Agustín: “una palabra, obra o deseo contra la ley eterna”. O, como dicen otros, “una transgresión voluntaria de la ley de Dios”».[4]
«El pecado es una ofensa a Dios: “Contra ti, contra ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces” (Sal 51, 6). El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse “como dioses”, pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal (Gén 3, 5). El pecado es así “amor de sí hasta el desprecio de Dios” (San Agustín, De civitate Dei, 14, 28)» (Catecismo, 1850).