Antes de elegir y de llamar a los Doce (cf. Lc 6, 12).
Antes de que Pedro lo confiese como “el Cristo de Dios” (Lc 9, 18-20).
Y para que la fe del príncipe de los apóstoles no desfallezca ante la tentación (cf. Lc 22, 32).
La oración de Jesús ante los acontecimientos de salvación que el Padre le pide es una entrega, humilde y confiada, de su voluntad humana a la voluntad amorosa del Padre.
“Estando Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: ‘Maestro, enséñanos a orar’” (Lc 11, 1). ¿No es acaso, al contemplar a su Maestro en oración, cuando el discípulo de Cristo desea orar? Entonces, puede aprender del Maestro de oración. Contemplando y escuchando al Hijo, los hijos aprenden a orar al Padre.
Jesús se retira con frecuencia a un lugar apartado, en la soledad, en la montaña, con preferencia durante la noche, para orar (cf. Mc 1, 35; 6, 46; Lc 5, 16).» (Catecismo, 2599-2602).
Si nuestro Señor Jesucristo, siendo Dios, oraba tan frecuente e intensamente ¿no necesitaremos nosotros tener una vida de mucha mayor oración
