Sí; es un hecho testificado por la historia antigua y moderna que los pueblos del mundo entero han admitido la inmortalidad del alma, como lo prueba el culto de los muertos, el respeto religioso de los hombres por las cenizas de sus padres y los monumentos que ha erigido sobre sus sepulcros. Esta creencia universal y constante no puede proceder sino de la razón, que admite la necesidad de la vida futura, o de la revelación primitiva, hecha por Dios a nuestros primeros padres y transmitida por ellos a sus descendientes. Ahora bien, el testimonio, sea de la razón, sea de la revelación, no puede ser sino la expresión de la verdad; luego la creencia de los pueblos es una nueva prueba de la inmortalidad del alma. Todos los pueblos han creído en la existencia de un lugar de delicias, donde los buenos eran recompensados y de un lugar de tormentos, donde los malos eran castigados. ¿Quién no conoce los Campos Elíseos, y el negro Tártaro de los griegos y de los romanos?… Basta leer la historia de los pueblos.
¿Cómo explicar esta fe universal en la vida futura? Esta fe no es el resultado de la experiencia, porque toda la vida parece extinguirse con la muerte, y los muertos no vuelven para asegurarnos de la realidad de la otra vida. No es una invención de los reyes y de los poderosos, porque muchos de aquellos a quienes los antiguos creían condenados a los castigos futuros eran precisamente reyes como Sísifo, Tantalo< No es tampoco la enseñanza de una secta religiosa, porque la creencia en una vida futura es el fundamento de todas las religiones.
No se puede atribuir a las pasiones humanas, porque es su castigo; ni a la ignorancia, porque existe también en los pueblos civilizados; y, conforme a una ley de la historia, un pueblo es tanto más grande cuanto su fe en la inmortalidad es más firme y pura. Este hecho no puede reconocer sino dos causas:
1º La revelación primitiva, infalible como Dios mismo.
2º El instinto irresistible de la razón humana, que por todas partes y siempre, por el buen sentido, está obligada a reconocer las mismas verdades fundamentales.
Según la frase de Cicerón, aquello que conviene la natural persuasión de todos los hombres, necesariamente ha de ser verdadero. Es un axioma de sentido común contra el cual en vano protestan algunos materialistas modernos
R. P. Hillaire, la religión demostrada LOS FUNDAMENTOS DE LA FE CATÓLICA ANTE LA RAZÓN Y LA CIENCIA
