Y no sólo es una cuestión de credenciales, aunque también las credenciales son importantes. Es una cuestión del don – del carisma o gracia – conferido a través de la imposición de unas manos divinamente cualificadas (1 de Timoteo 4; 14). Los clerigos así ordenados se convierten en ×administradores de los misterios de Dios× (1 de Corintios 4,1) con el poder que Dios da para llevar a cabo esa administración.