Afecto: estos bienes deben poseerse sin afecto alguno, teniendo claro que son un medio de subsistencia y de salvación. Jamás se pueden poner por encima de Dios o de la familia, hasta el punto de amarlos más y de dedicar más tiempo a su consecución que a la oración y al compartir familiar.
Muchos santos, como San Francisco de Asís, Santa Clara, San Antonio de Padua, etc., hicieron una renuncia efectiva de todos sus bienes, es decir, renunciaron a poseerlos, se desprendieron de ellos por completo y abrazaron la pobreza. Algunos estarán llamados a seguir este ejemplo; pero todos estamos llamados a hacer una renuncia afectiva de cuanto poseemos, es decir, sin deshacernos completamente de estos bienes, debemos poseerlos con desprendimiento y desapego, sin turbaciones y sabiendo que nuestro único y principal tesoro es Cristo
