fue sometido a dos investigaciones. El primer proceso (para llamarlo de algún modo) fue en el año 1616 y quizás no es tan conocido porque ni siquiera fue citado ante el tribunal.De hecho, se enteró de la denuncia en su contra a través de terceros y no sufrió condena alguna; solo
hubo algunas diligencias procesales que duraron pocos meses La Iglesia mantenía, en este tipo de casos, una prudente opinión.como puede verse a partir de las palabras del santo cardenal
Roberto Bellarmino (1615): «la astronomía copernicana, čes verdadera, en el sentido de que se funda sobre pruebas reales y verificables, o al contrario se basa solamente en conjeturas y apariencias?». Las tesis copernicanas, son compatibles con los enunciados de la Sagrada Escritura?».
Ni condena, ni exabruptos contra la ciencia: simplemente preguntas sobre la
verosimilitud de las nuevas hipótesis. Según la Iglesia, hasta que no se proporcionaran pruebas fehacientes sobre el giro de la tierra alrededor del sol, era necesario interpretar con
mucha circunspección los pasajes de la Biblia que declaraban la centralidad del globo, pero, de demostrarse lo contrario debería revisarse la interpretación bíblica declarando simplemente que
en dichos pasajes el modo de entender el texto sagrado no era el literal sino que, por la benevolencia divina, el hagiógrafio se había expresado de modo tal que pudiésemos entenderlo, es decir, «al modo humano» y según lo que se vefa. El problema que se planteaba en la comunidad científica era que la prueba dada por Galileo para explicar la rotación de la tierra era errada, al intentar probar su hipótesis a partir del movimiento de las
mareas (cuando algunos de sus coetáneos buscaban la causa del fenómeno en la influencia del Sol y de la Luna). Sería más tarde Newton quien terminaría por definir la cuestión. Es decir, Galileo
acertaba, pero se equivocaba en dos puntos:
1) Ni sus pruebas eran científicamente aceptables (tenía razón en el resultado, pero no en el modo de probarlo).
2) Ni debía meterse en el campo de la interpretación bíblica, cuyo terreno le era ajeno.
Prudencia, esto era lo que la Iglesia pedía en sus declaraciones, simplemente un poco de mesura y pruebas más contundentes para poder explicar su hipótesis. Tal era el revuelo que se había causado con todo esto que, en 1616, se publicó un decreto de la Congregación del Índice, por el que se inclufa en el index de libros prohibidos tres escritos sobre astronomía:
Acerca de las revoluciones del canónigo polaco Nicolás Copérnico, publicado en 1543, donde se exponía la teoría heliocéntrica de modo científico; un comentario del agustino español Diego de
Zúñiga, publicado en Toledo en 1584 y en Roma en 1591, donde se interpretaba algún pasaje de la Biblia de acuerdo con el copernicanismo; y un opúsculo del carmelita italiano Paolo Foscarini, publicado en 1615, donde se defendía que el sistema de Copérnico no estaba en contra de la Sagrada Escritura.
Quedaba afectado por las mismas censuras cualquier otro libro que enseñara las mismas doctrinas. El motivo de dichas censuras era doble:
la doctrina que defendía el heliocentrismo aun no había sido completamente probada y
-por ende- resultaba peligrosa al momento de interpretar las Sagradas Escrituras
Actuaba bien la Iglesia? Recordemos que el heliocentrismo era una postura no solo no comprobada sino también que podía causar grave daño a la Cristiandad al dividir las mentes, máxime en una época en que la mitad de Europa estaba interpretando la Sagrada Escritura a la carta… Se pedía simplemente cautela, cosa que Galileo no aceptaba; fue así que, manteniéndose en sus trece, la Iglesia se vio obligada a amonestarlo al mismo tiempo que le rogaba se abstuviera de defender la teoría heliocéntrica hasta no tener pruebas más contundentes.,
En síntesis, no sería ni condenado a la horca ni torturado, ni flagelado.., el Cardenal Bellarmino le pidió simplemente por medio de un monitum (advertencia) que presentase la teoría de Copérnico solamente como una hipótesis.
Galileo aceptó dicho monitum y hasta fue recibido por el Papa Pablo V quien, posteriormente en 1620, autorizaría la lectura de sus obras previo ligeras correcciones. Se imponía, además, no enseñar por un tiempo de modo público la teoría heliocéntrica hasta que los ánimos se calmasen, pero se promovía que no se dejase de investigar, isi era la Iglesia misma la primera promotora de las quedaría de brazos cruzados, el pisano no se quedó de cruzados y, desobedeciendo públicamente, dio a la luz un libro titulado «Diálogos sobre los dos sistemas del mundo» sin hacer las correcciones que se le habían hecho notar
En efecto, el opúsculo había recibido la aprobación eclesiástica a condición de que se presentara al heliocentrismo como una hipótesis, cosa que Galileo desoyó, motivando el segundo proceso en su contra. Una vez más debía comparecer ante los tribunales eclesiásticos (1633). Había muchos cientificos especialmente religiosos católicos volcados en favor del «innovador» sistema copernicano (condenado-recordemos-por Lutero), que aguardaban las decisiones de la ciencia para continuar con sus estudios.
Los resultados fueron similares al anterior, cosa que no agradó demasiado al imputado. Restablecida momentáneamente la paz entre el ámbito astronómico y bíblico, y confinada la
discusión al ámbito de la ciencia (donde debía estar) la situación se estabilizó hasta que Monseñor Barberini (amigo y admirador de Galileo) fue elegido Pontífice con el nombre de Urbano VIII
(1623).
Siendo todavía cardenal, él mismo había animado a su amigo a escribir su «Carta sobre las Manchas Solares» en la que sugería el movimiento de la tierra;, incluso había escrito una oda en apoyo a Galileo. Todas estas circunstancias hacían que el pisano se envalentonara a la par que crecía en él la sensación de que la prohibición de 1616 había caducado; pocos años después
y fruto de sus estudios publicó por ese entonces (1630) el libro titulado «Diálogo sobre el flujo y reflujo del Mar» en el que creía disponer de un argumento nuevo para demostrar el movimiento
de la Tierra (otra vez, el argumento del movimiento de las mareas).
