Nos asemeja a Jesús y a María:
nos configura con Cristo y su Madre de una manera perfectísima, y la santidad no consiste en otra cosa que en esa configuración con Cristo
«Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios “cara a cara” (1 Cor 13, 12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat (cf. Gén 2, 2) definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra.» (Catecismo, 314)
