Bueno entonces, ¿Hubo o no hubo resurrección?



Pero no solo están los puntos precedentes sino que hay todavía un hecho que demuestra de modo contundente que los primeros cristianos no creían en una resurrección corporal de Jesús, a saber: que el relato sobre la misma simplemente no aparece en el primero de los Evangelios, el de Marcos. En efecto, el fragmento de Marcos 16: 9- 20 donde se narra la resurrección no se halla en los manuscritos más antiguos, de modo que tampoco habría estado en el original y, por tanto, se trataría de un añadido tardío.

Respuesta: Esta cuestión sobre el verdadero final del Evangelio de Marcos ha recibido bastante atención entre los críticos contemporáneos al punto que James Edwards la categoriza como “el problema textual más grave en el Nuevo Testamento”. En este contexto, quienes sostienen la tesis de que el texto de Marcos 16: 9- 20 no estaba en el original han ganado bastante terreno. En efecto, Bart Ehrman lo pone sin mayores reticencias en el “Top 10 de versículos que originalmente no estaban en el Nuevo Testamento” al final de su libro

Misquoting Jesus y Vicent Taylor llega a decir que “es innecesario examinar en detalle la conclusión sostenida casi universalmente de que el texto 16: 9- 20 no es una parte original de Marcos”. Pero acá seremos más críticos que los propios pretendidos “críticos” y en lugar de seguir el dogmatismo de Taylor respecto de que es “innecesario examinar en detalle” la cuestión, sí la examinaremos detalladamente. No obstante, como ya es nuestra costumbre, seamos caritativos con los escépticos y concedámosles por un momento -de modo hipotético, claro está- que tienen razón en este punto: el relato de Jesús resucitado no es parte del texto de Marcos. ¿Destruye el hecho de la creencia temprana de los discípulos en la resurrección? Para nada. Y esto por una razón muy sencilla: porque el sustento de que había tal creencia entre los primeros cristianos lo podemos establecer de modo independiente al Evangelio de Marcos. Tengamos en cuenta que en este punto ya no estamos “desde cero” sino que ya hemos establecido la fiabilidad histórica general de los documentos del Nuevo Testamento.

Pues bien, en el libro de Hechos nos encontramos con que se registra un discurso dado en torno al año 30 por el apóstol Pedro en que este dice claramente que a Jesús “Dios lo resucitó librándolo de las penas de la muerte” (Hechos 2: 24). A su vez, tenemos el hecho histórico bien establecido de la conversión de Pablo y su creencia en la resurrección de Jesús. En este punto resulta importantísimo examinar con más detalle las palabras de Pablo al respecto: “Yo les transmití a ustedes como cosa de suma importancia lo que yo a su vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; que fue sepultado y resucitó al tercer día, como también dicen las Escrituras, y se apareció a Pedro, y luego a los doce. Después se apareció a más de quinientos a la vez, la mayoría de los cuales viven hoy en día, aunque algunos han muerto. Luego se apareció a Santiago, y más tarde a todos los discípulos” (1 Corintios 15: 3- 7). Ahora bien, de acuerdo a la mayoría de estudiosos 1 Corintios debió ser escrita en torno al año. Pero en este texto Pablo dice que está predicando algo que él a su vez recibió. Por tanto, dicha tradición sobre la resurrección es previa a Pablo. ¿Dónde y cuándo la podría haber recibido él? Lo más probable es que en torno al año 35 cuando fue a Jerusalén a visitar a Pedro y Santiago (cfr. Gálatas 1: 18- 19), precisamente las dos únicas personas que menciona directamente por nombre en su resumen sobre las apariciones de Jesús resucitado. Cuando en el texto de Gálatas se dice que Pablo va a “ver a Pedro” la palabra griega utilizada es historeo que, tal como señala el erudito Gary Habermas, tiene “la raíz de nuestra palabra ´ historia ´” e indica, por tanto, que Pablo “jugó el papel de verificar el testimonio que recibió” como una especie de “reportero investigador”.

O sea, Pablo tuvo la experiencia de que se le apareció Jesús resucitado pero ello de por sí no le daba los detalles históricos específicos de la resurrección (tiempo, lugar, testigos, etc.), así que habría ido a verificar la información con que contaba e informarse más minuciosamente al respecto: he ahí la explicación más plausible del uso de la palabra historeo. Por tanto, tenemos clara evidencia de que la creencia de los discípulos en la resurrección de Jesús es anterior y, por ende, independiente respecto de la redacción del Evangelio de Marcos. En consecuencia, incluso si los escépticos tuvieren razón sobre la cuestión del final del Evangelio de Marcos ello no refutaría ninguna de las premisas de nuestro argumento y, por ende, este mantendría toda su fuerza probatoria. No obstante, entremos de todos modos a la cuestión del final del Evangelio de Marcos. Por lo dicho al comienzo con las citas de Edwards y Taylor parecería que los escépticos tienen “todas las de ganar”. Pero aquí mostraremos que, en realidad, si se examinan de modo más amplio y detallado las cosas, tienen “todas las de perder”. Para ello nos basaremos principalmente en el extraordinario libro El Final Original de Marcos: Un Nuevo Caso para la Autenticidad de Marcos 16: 9- 20 de Nicholas Lunn, donde se aborda exclusivamente esta cuestión de modo sistemático y profundo, y ordenaremos los argumentos y datos en términos del “criterio de las tres pruebas” que ya hemos visto.

Comencemos, entonces, con la prueba bibliográfica. Contrariamente a la impresión que dan los escépticos respecto de la evidencia del texto de Marcos 16: 9- 20 en los manuscritos, tenemos que esta es bastante buena. De hecho, para el caso del idioma griego, base del Nuevo Testamento, es extraordinariamente buena pues el texto “se encuentra en el 99% de los manuscritos griegos”. Y por si eso fuera poco tenemos que la evidencia de manuscritos para el final más largo de Marcos no solo es mayor en número sino también en diversidad. Como dice Lunn: “La diversidad es otro factor crucial. No solo es el caso de que Marcos 16: 9- 20 está mejor atestiguado numéricamente, sino que está mejor representado en más diversas formas de evidencia. (…) Prevalece no solo en la línea griega de transmisión sino en el resto de la tradición”. No obstante, los escépticos dirán que de todos modos ellos llevan ventaja por cuanto el texto no se hallaría en los códices más antiguos, siendo la Antigüedad el criterio más importante. Ante esto, siguiendo a Lunn, respondemos que en realidad “la edad no está enteramente del lado de quienes rechazan el pasaje.

Primeramente, en lo que respecta a la existencia de manuscritos, los más tempranos que incluyen el final datan de solo unas pocas décadas luego del Vaticanus y el Sinaiticus que lo omiten. (…)

En segundo lugar, en la cuestión de versiones, el final más largo tiene de hecho la atestación más temprana, en la forma de inclusión en el Diatessaron de finales del siglo II, estando además presente en la mayoría de manuscritos latinos antiguos y el viejo manuscrito siríaco curetoniano”. Incluso así es probable que el escéptico insista en que el fragmento no aparece en los codex Vaticanus y Sinaiticus. Ante ello hay que responder primero que, tratándose de copias del siglo IV, no tienen por qué reflejar directamente y al 100% lo del texto original siendo que el Evangelio de Marcos se estuvo ya transmitiendo desde tres siglos antes de esos códices. Además, interesantemente, en estos mismos códices se halla cierta evidencia que apunta a que se estaba dejando abierta la posibilidad de un verdadero final más largo al del verso 16: 8. Por ejemplo, en el caso del
Codex Vaticanus encontramos que el espacio que deja el copista entre el final de Marcos y el inicio de Lucas “es ciertamente sin paralelo en la porción neotestamentaria del manuscrito” por cuanto es singularmente largo, lo cual podría implicar un final más largo que posiblemente conocía el copista como presente en otras fuentes. ¿Pero cómo podría ser esto? Hay una explicación bastante plausible. Como dice Streeter, “los dos extremos de un rollo siempre son los más expuestos a daños; el comienzo corre el mayor riesgo, pero, en un libro enrollado por ambos lados, la conclusión no está segura” . Entonces, bien podría haber sucedido que, estando el texto de Marcos 16: 9- 20 en el original, alguna o algunas de sus copias más tempranas se haya dañado (esto no es improbable considerando no solo la persecución a los cristianos sino el propio incendio de Roma, donde muy probablemente estaba Marcos junto con el apóstol Pedro) y ello a su vez haya condicionado a ciertas líneas de transmisión que no tendrían disponible esa porción del texto. De este modo, tenemos una hipótesis bastante razonable y plausible que explica muy bien la evidencia general y falta de evidencia eventual del texto de Marcos 16: 9- 20.

Pero sigamos con los otros criterios para ver hacia donde nos lleva la evidencia. Veamos, entonces, el análisis de la evidencia interna. En primer lugar, hallamos que es muy improbable que el verdadero final del Evangelio de Marcos sea el verso 16: 8. En efecto, si el Evangelio terminara allí el final sería demasiado abrupto y hasta extraño ya que se manda directamente a las mujeres a anunciar a los discípulos que Jesús ha resucitado y todo quedaría en que estas simplemente se callan por miedo y punto. ¿Es esto un final coherente? De otro lado, tenemos que en varias otras partes del Evangelio de Marcos se establece claramente la creencia cristiana en la resurrección como un hecho que sucederá no en abstracto sino específicamente tres días después de la muerte de Jesús: “Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días” (Marcos 8: 31); “El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres y le matarán, y a los tres días de haber muerto resucitará” (Marcos 9: 31); “Y se burlarán de Él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará” (Marcos 10: 34).

Y además tenemos el indisputablemente auténtico texto de Marcos 16: 6- 7 donde el ángel dice explícitamente a las mujeres que Jesús no está en la tumba sino que “ha resucitado” y que deben avisar a los discípulos para que vayan a encontrarlo “a Galilea”. Todo esto es patente muestra de dos cosas: primero, que definitivamente el autor del Evangelio de Marcos creía en la resurrección de Jesús (y no en cualquier resurrección sino en una específicamente corporal pues hablar de “tres días” e “ir a Galilea” implica coordenadas de espacio- tiempo); y, segundo, que, dado ese contexto precedente, un final de Marcos incluyendo los versos 16: 9- 20 donde se narra la aparición de Jesús resucitado es mucho más probable y coherente que aquel que corta abruptamente en el verso 16: 8 dejando el crucial cumplimiento de la profecía de Jesús a la mera palabra de un “joven” (ángel) que es luego silenciada irresponsable y desobedientemente por las mujeres.

Sin embargo, existen quienes apelando a la evidencia interna aducen que el pasaje de Marcos 16: 9- 20 sería un añadido posterior por cuanto tiene un estilo y palabras específicas que no se condicen con el resto del Evangelio. Pero la verdad es que tal argumento no resulta suficiente. Como escribe Lunn: “Yendo a la evidencia interna se probó que la existencia de 17 palabras en Marcos 16: 9- 20 que no aparecen en ninguna otra parte de Marcos no constituye un argumento contra la autenticidad. Esta figura solo tiene significado en relación a la proporción correspondiente de palabras únicas en el resto del Evangelio de Marcos. Y fue demostrado con cierto detalle que la existencia de tales 17 palabras cae dentro del conocido parámetro marcano. (…) El análisis de la particular microestructura a la que se correspondían los versos reveló que el texto exhibía un patrón episódico específico que aparecía varias veces en otras partes de Marcos y en ninguna otra parte de todo el Nuevo Testamento. (…) Las conexiones verbales entre las secciones estructuralmente correspondientes sustentan fuertemente la inclusión de 16: 9- 20 como la real conclusión del texto”.

Finalmente, abordemos la cuestión de la evidencia externa. Aquí la evidencia a favor de la autenticidad del pasaje es muy poderosa por una muy sencilla razón: que demuestra que el mismo estaba ya en circulación en la comunidad cristiana incluso antes del Codex Vaticanus y el Sinaiticus (que son los que los escépticos toman como principal referencia para argumentar la ausencia del pasaje en el texto original). En efecto, “parece claro que los últimos doce versículos de Marcos ocuparon un lugar importante en los leccionarios de la Iglesia antigua” y “desde tiempos antiguos la Iglesia Ortodoxa Griega ha leído el final más largo”. Adicionalmente, tenemos el claro y elocuente testimonio de los Padres de la Iglesia desde épocas tempranas. Por ejemplo, ya en el siglo II Ireneo de Lyon escribe en su famoso libro Contra las Herejías: “Hacia la conclusión de su Evangelio, Marcos dice: ‘Así, luego de que el Señor Jesús les habló, fue recibido en el Cielo y se sentó a la diestra de Dios’” . Esto se corresponde perfectamente con el texto de Marcos 16: 19 de modo que validaría indisputablemente que el fragmento ya circulaba entre los primeros cristianos. Y ello queda refrendado por el testimonio de Tertuliano, apologista cristiano de finales del siglo II e inicios del siglo III, quien se refiere al pasaje en sus obras Sobre la Resurrección de la Carne , Contra Praxeas y Tratado sobre el Alma. Y todavía más significativo es el testimonio de Porfirio de Tiro por cuanto se trata de un filósofo neoplatonista del siglo II opositor al Cristianismo que conocía bien las Escrituras y citaba explícitamente como palabras de Jesús el pasaje de Marcos 16: 17- 18 retando a los líderes cristianos a beber veneno sin que les pase nada. Así que incluso opositores del Cristianismo tomaban como cierta la autenticidad del pasaje. Pero aquí los escépticos podrían permanecer obstinados y referir el caso de Eusebio de Cesarea quien habría rechazado la autenticidad del pasaje. Sin embargo, no se trata de un argumento fuerte por cuanto, si uno lee directamente la cita de Eusebio que aducen los escépticos, se encontrará que Eusebio no está propiamente defendiendo la tesis de que el pasaje no es auténtico sino simplemente tomando ello como posibilidad para resolver una objeción sobre otro tema. Es más: el solo hecho de que se haya planteado la objeción a Eusebio usando parte del fragmento 16: 9- 20 y que este reconozca que el mismo sí estaría de todos modos presente en algunos manuscritos es muestra de que el texto ya tenía circulación en la comunidad cristiana y ello es perfectamente consistente con nuestra hipótesis sobre el condicionamiento a ciertas líneas de transmisión por causa de daño en alguna copia temprana (o algunas).

De otro lado, el que algunos escépticos aduzcan la falta de citas del pasaje en Padres como Clemente de Alejandría u Orígenes como argumento en contra de su autenticidad es simplemente risible por cuanto ello cae en dos falacias.

Primero, falacia de argumento desde el silencio: el hecho de que no lo citen no es muestra de que el pasaje no pertenece al Evangelio de Marcos más aun cuando ni siquiera es altamente probable que lo hayan citado en caso de haber estado pues el relato sobre la resurrección también lo tienen disponible en los otros tres Evangelios y bien podrían valerse de ello siendo que estos otros relatos dan todavía más detalles.

Y, en conexión con lo anterior, la segunda falacia en que se cae es la falacia de premisa falsa o indemostrada: es absolutamente irrazonable asumir -como se hace implícitamente en esta alegación escéptica- que cada Padre de la Iglesia tiene que citar absolutamente todos los versículos de Nuevo Testamento. Por tanto, tenemos bien establecido el caso a favor de la autenticidad de Marcos 16: 9- 20 y bien desacreditado el caso en contra.

James R. Edwards, The Gospel According to Mark (Pillar New Testament Commentary), Ed.
Eerdmans, Grand Rapids, 2002, p. 497.

Bart Ehrman, Misquoting Jesus: The Story Behind Who Changed the Bible and Why, Ed.
Harper, San Francisco, 2007

Vincent Taylor, The Gospel According to St. Mark, Ed. MacMillan, London, 1952, p. 610,

Gary Habermas, Evidence for the Historical Jesus, 2015, pp. 12-13

Kurt Aland and Barbara Aland, The Text of the New Testament, Ed. Eerdmans, Grand Ra-
pids, 1995,p. 292.

Nicholas Lunn, The Original Ending of Mark: A New Case for the Authenticity of Mark 1 6:9-20, Pickwick Publications, Cambridge, 2015,p. 26

B. H. Streeter, The Four Gospels: A Study of Origins, Ed. Macmillan, London, 1930, p. 338

William Farmer, The Last Twelve Verses of Mark, Cambridge University Press, 2005, p. 35

Maurice Robinson, «The long ending of Mark as canonical verity», en: David Alan Black, Perspectives on the Ending of Mark: Four Views, Ed. Broadman & Holman Publishers,
Nashville, 2008, p. 58

Ireneo de Lyon, Contra las Herejías, Lib. III, cap. 10, n. 6

Tertuliano, Sobre la Resurrección de la Carne, cap. 51

Tertuliano, Contra Praxeas, cap. 30

Tertuliano, Tratado sobre el Alma, cap. 25

R. M. Berchman, Porphyry Against the Christians, Ed, Brill, Leiden, 2005, p. 203

James A. Kelhoffer, «The witness of Eusebius’ ad Marinum and other Christian writings to text-critical debates concerning the original conclusion to Mark’s Gospel», Zeitschrift fur die Neutestamentliche Wissenschaft und Kunde der Alteren Kirche, vol. 92, n? 1-2, 2001, pp. 83-87

Publicado por paquetecuete

Cristiano Católico Apostólico y Romano

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