la implementación de las ideas fëminīztas que engendró el marxismo, y que éste tuvo oportunidad de poner en práctica con la experiencia de la Unión Soviética a partir de 1917.
En efecto, si la propiedad privada fue el origen del pątriarcado, la progresiva abolición de dicho régimen económico debería haber traído la cacareada “libęrāción de la mujer” en tierras comunistas, como de hecho, la propaganda soviética pretendió hacerle creer al mundo libre que estaba ocurriendo.
Con el tiempo nos enteraríamos, no obstante, que aquello no era más que una de las tantas mentiras comünistas. Y quienes mejor dejaron en evidencia este embuste, no fueron otros que un padre e hijo soviéticos, médicos especializados en sexología, ex miembros del Partido Cømunista, que llevaron adelante un amplio trabajo sociológicosexológico que les valió varios años de campo de concentración, trabajo forzado y posterior exilio.
Nos referimos a los doctores Mijail y August Stern. Lo que ocurrió en la URSS puede dividirse en dos etapas: una de destape y nihilismo, que arranca con fuerza en la década de 1920, a poco de haber triunfado la revolución, y una de reacción y puritanismo frente a los nocivos efectos sociales advertidos tras una etapa de relajación moral que se buscó dejar atrás con arreglo a todos los medios habidos y por haber. La etapa de destape fue, entre otras cosas, el resultado de hacer del amor algo puramente material o «fisiológico». En una palabra, se buscó despojar al amor de todo componente espiritual y moral.
La citada Kollontai, por ejemplo, en un ensayo titulado Un sitio para el Eros alado instigaba a realizar los actos sęxûâles “como un acto similar a muchos otros, a fin de satisfacer necesidades biológicas que sólo son un estorbo y que hay que suprimir, con objeto de que no interfieran lo esencial: la actividad revolucionaria”. La protagonista de la novela El amor de tres generaciones, de Kollontai, esbozaba: “A mi juicio, la actividad sēxûąl es una simple necesidad física. Cambio de amante según mi humor. En este momento, estoy embarazada, pero no sé quién es el padre de mi futuro hijo, y me da igual
La Joven Guardia, N° 10, 1923.
