La expansión del Cristianismo


No prueba que exista por influencia divina, por tanto no se puede demostrar que el cristianismo es la religión verdadera

El hecho de que una religión se expanda rápidamente o de que quienes creen en ella estén dispuestos a morir por su fe no prueba que esa religión es la verdadera. Por ejemplo, el Islam se expandió muy rápidamente en Medio Oriente y se hallan quienes han muerto por sus creencias en prácticamente todas las religiones, pero no por eso decimos que todas ellas son verdaderas.

Respuesta: Esta objeción, aparentemente persuasiva, comete en realidad una doble falacia de blanco móvil como mostraremos a continuación.

En primer lugar, respecto de la rápida expansión, tenemos que se comete una falacia de blanco móvil por cuanto nuestro argumento no dice que el Cristianismo es verdad simplemente porque se expandió rápidamente sino más bien que es razonable inferir ello del hecho de que se expandió teniendo prácticamente todo en contra, siendo la explicación más plausible la “ayuda divina especial”. No vemos que lo anterior se cumpla en el caso de la expansión del Islam en Medio Oriente, que es el ejemplo que cita la objeción. Si los cristianos inicialmente se expandieron muriendo (véanse las actas de los mártires del siglo I al siglo III), los musulmanes se expandieron matando (véase la historia de conquistas militares del siglo VII -es decir, desde la misma aparición de Mahoma- al siglo XV); si Jesús se centró en el pequeño y oprimido Israel, Mahoma se centró en la gran Arabia; si Jesús hizo reclamos de divinidad en un contexto judío fuertemente monoteísta que de seguro lo iba a rechazar, Mahoma propuso un monoteísmo en un contexto pagano politeísta que se podía unificar; si Jesús fue asesinado por su propio pueblo que lo despreció, Mahoma conquistó militarmente al pueblo que no le creyó; si Jesús ofrece bienes espirituales, Mahoma ofrece también deleites carnales (sobre ellos, incluyendo el “gozar” de mujeres vírgenes, véase en el Corán: Sura 44: 51- 55, Sura 37: 40- 48 y Sura 55: 70- 77).

De ahí que Santo Tomás de Aquino diga: “Así sucede con Mahoma, que sedujo a los pueblos prometiéndoles los deleites carnales, a cuyo deseo los incita la misma concupiscencia. En conformidad con las promesas, les dio sus preceptos, que los hombres carnales son prontos a obedecer, soltando las riendas al deleite de la carne”.

Por tanto, no hay conmensurabilidad alguna entre el caso del Islam y el caso del Cristianismo. De otro lado, respecto del tema del martirio, tenemos que la objeción también allí comete una falacia de blanco móvil. Y es que, dado el sentido de nuestro argumento, no sostenemos que el Cristianismo es verdad simplemente porque hubo gente que murió porque creía que era verdad, sino porque ello se dio en un contexto en que varios de los que daban su vida por esa causa tenían la posibilidad clara de dilucidar si eso era verdad o no.

Para comprender bien esto hay que atender primero a la singularidad del Cristianismo como religión histórica. Mientras las otras religiones tienen “profetas” (como Mahoma), “sabios” (como Lao- Tse) o “iluminados” (como Buda) que al final de cuentas hablan de una verdad abstracta; el Cristianismo se refiere directamente a una verdad concreta señalando eventos históricos en torno a la predicación, ministerio, muerte y resurrección de un personaje histórico concreto: Jesucristo.

La vida de los otros líderes religiosos constituye una importante referencia para sus respectivas religiones pero no es el centro de doctrina; en cambio en el Cristianismo la misma profesión de fe implica desde ya creer que determinados eventos históricos realmente ocurrieron. ¿Cuál es el punto aquí? Que las personas que mueren por sus creencias en otras religiones mueren por algo en que creen profundamente pero que no tienen oportunidad directa de verificar, mientras que entre los mártires del Cristianismo del primer siglo hallamos varios que sí tenían oportunidad directa de verificar si estaban muriendo por algo cierto o falso.

No obstante, ellos eligieron morir por su fe y sostenían con toda confianza y seguridad la veracidad de los hechos relevantes frente a sus interlocutores. Esto último se evidencia claramente en el libro de Hechos de los Apóstoles, el cual, como vimos en el análisis sobre la fiabilidad del Nuevo Testamento, se escribió en torno al año 61. Pues bien, ¿qué nos encontramos en este libro? Que, situándose en un contexto donde estaban vivos varios de los coetáneos de Jesús, los apóstoles (es decir, los más representativos mártires) hablan con total soltura sobre los hechos en torno a Jesús asumiéndolos como de razonable conocimiento público. Así, nos encontramos con que Pedro, dirigiéndose a un hostil auditorio judío, dice directamente: “Escuchen, pues, israelitas, lo que voy a decir: Como ustedes saben muy bien, Jesús de Nazareth fue un hombre a quien Dios acreditó ante ustedes, haciendo por medio de Él grandes maravillas, milagros y señales” (Hechos 2: 22). Notemos que Pedro no dice “Nosotros los apóstoles sabemos…”, sino que apela directamente al conocimiento común de la gente diciendo “Como ustedes saben muy bien…”. Y ese sería el peor modo de comenzar su discurso si ello no fuera cierto, pues inmediatamente lo desmentirían.

Pero Pedro parece confiado. Y la misma confianza hallamos en el apóstol Pablo cuando, en su comparecencia ante el rey Agripa y respondiendo a la crítica del gobernador Festo, dice: “Lo que digo es razonable y es la verdad. Ahí está el rey Agripa, que conoce bien estas cosas, y por eso hablo con tanta libertad delante de él; porque estoy seguro de que él también sabe todo esto, ya que no se trata de cosas en algún rincón escondido” (Hechos 26: 25- 27). Y Pablo, que dice estas cosas, no es ningún tonto sino un hombre de “gran erudición”, como en la misma comparecencia se le reconoce (cfr. Hechos 26: 24), perfectamente capaz de hacer una investigación seria sobre algo que compromete su cabeza misma (la cual le fue finalmente cortada según relata la tradición). No se trataba, pues, de pura gente ignorante ya que, como reconocía el propio filósofo anticristiano Celso
su Discurso Verídico, “se hallan también entre ellos (los cristianos) aquellos que son moderadores, equilibrados e inteligentes, que están dispuestos a explicar sus creencias”. Y de este grupo también salieron varios mártires. Así que los primeros mártires cristianos no fueron meramente personas que morían por algo de lo cual solo tenían referencia indirecta por medio de algún maestro o líder espiritual, sino que varios de ellos morían por algo de lo cual tenían (o podían perfectamente tener) referencia directa por ser de la misma época de Jesús (de hecho, muchos tuvieron la oportunidad de conocerle y andar con él).

Ergo, hay una gran diferencia entre los primeros mártires cristianos y las personas que mueren por sus creencias en otras religiones. Como anotan Habermas y Licona: “Nadie cuestiona la sinceridad del terrorista musulmán quien se inmola en un lugar público o del monje budista que se quema vivo como forma de protesta política. Los actos extremos no validan la veracidad de sus creencias sino que su disposición a morir indica que ellos ven sus creencias como verdad. Por otra parte, hay una diferencia importante entre los mártires apostólicos y aquellos que mueren por sus creencias hoy. Los mártires actuales solamente actúan confiando en creencias que otros les han enseñado. Los apóstoles murieron por mantener su propio testimonio de que habían visto personalmente a Jesús resucitado. Los mártires contemporáneos mueren por lo que creen que es verdad. Los discípulos de Jesús murieron por lo que sabían si era verdad o no” .

Otra anotación que es importante hacer sobre la singularidad del martirio cristiano es que no se estaba persiguiendo a un grupo religioso ya previamente consolidado sino a un grupo que recién estaba surgiendo y que, curiosamente, ¡se estaba expandiendo de modo extraordinario durante esas mismas persecuciones! Eso no es nada común. Una cosa es que, por ejemplo, un determinado régimen político persiga un grupo religioso ya establecido y que sus creyentes sufran y/ o resistan mayoritariamente la persecución; y otra muy distinta que es que la minoría que conforma una nueva religión que recién se está estableciendo se convierta en mayoría de modo sostenido en medio de la misma persecución.

Esto sorprendía tanto a los judíos y romanos que, preocupados y confundidos por el impresionante crecimiento de esta religión aun cuando la perseguían, preferían un “cristiano apóstata” en lugar de un “cristiano muerto”. Así, Orígenes, comparando la persecución a un grupo ya consolidado como los samaritanos con la persecución a los cristianos, escribe: “Alguno dirá que también los samaritanos son perseguidos por causa de su religión; a lo que contestamos que se los mata como a sicarios por razón de la circuncisión, por suponerse que se mutilan a sí mismos contra las leyes vigentes, haciendo lo que solo está permitido a los judíos. Por otra parte, nadie oirá a un juez que le proponga a un sicario empeñado en vivir según esa supuesta religión, esta alternativa: o dejarla y ser absuelto o, de perseverar en ella, ser condenado a muerte. Basta comprobar la circuncisión, para quitar de en medio al que la ha sufrido. Solo a los cristianos (conforme a lo dicho por su Salvador: ´ Ante gobernadores y reyes seréis conducidos por causa mía ´) los exhortan los jueces hasta el último aliento a que renieguen del Cristianismo, sacrifiquen y juren según los usos comunes, y vivan así en casa tranquilos y sin peligro”.

Por tanto, las muertes de los mártires cristianos tienen muchas características especiales que las distinguen cualitativamente respecto de lo que se observa en otras religiones y, considerando su contexto, sí constituye un importante elemento de plausibilidad para la veracidad del Cristianismo.

Corán

Santo Tomás de Aquino, Suma Contra Gentiles, Lib. I 5

Orígenes, Contra Celso, Lib. I, cap. 27

Gary Habermas and Michael Licona, The Case for the Resurrection of Jesus, Kregel Publications, Grand Rapids, 2004, ch. 3

Origenes, Contra Celso, Lib. II, cap. 13

Publicado por paquetecuete

Cristiano Católico Apostólico y Romano

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