A Ti solo toca formar, por tu gracia, esta Congregación. Si el hombre pone en ello el primero la mano, nada se hará. Si mezcla de lo suyo contigo, lo echará todo a perder, lo trastornará todo. Es tu Congregación: es tu obra, Dios soberano. Realiza tus designios totalmente divinos: junta, llama, reúne de todos los confines de tus dominios a tus elegidos, para formar con ellos un cuerpo de ejército contra tus enemigos.
Mira, Señor, Dios de los ejércitos, los capitanes que forman compañías completas, los potentados que levantan ejércitos numerosos, los navegantes que arman flotas enteras, los mercaderes que se reúnen en gran número en los mercados y en las ferias.
¡Cuántos ladrones, impíos, borrachos y libertinos se reúnen en tropel contra Ti todos los días, tan fácil y prontamente!
Un silbido, un toque de tambor, una espada embotada que se muestre, una rama seca de laurel que se prometa un pedazo de tierra roja o blanca que se ofrezca…, en tres palabras; un humo de honra, un interés de nada, un miserable placer de bestias que está a la vista, reúne al momento ladrones, agrupa soldados, junta batallones, congrega mercaderes, llena las casas y los mercados, y cubre la tierra y el mar de una muchedumbre innumerable de réprobos, que, aunque divididos unos de otros por la distancia de los lugares o por la diferencia de los temperamentos o de su propio interés, se unen no obstante hasta la muerte, para hacerte la guerra bajo el estandarte y la dirección del demonio
Súplica ardiente para pedir misioneros (S. Luis M. G. de Montfort)
Orden de San Elías
