Perdonar es tomar la decisión de desprendernos del pasado para sanar el presente. El per-dón es un “perfecto don”, un “súper don”, pues un don es tanto más perfecto cuanto menos lo merezca quien lo recibe. Si una persona trabaja todo un mes y a cambio de este trabajo recibe una remuneración, decimos que esta persona recibió lo que merecía. Aquí no hay ningún don, ningún regalo, sólo recibe el producto de su esfuerzo. Pero si tenemos a otro que no trabaja en todo el mes y, no obstante, también recibe la remuneración, entonces aquí tenemos un don, un regalo que se da a quien no lo merece, algo que no nace de la “justicia” -que en este caso exigiría no dar nada a quien nada ha hecho- sino de la grandeza del corazón de quien da. Pero supongamos que esta persona no sólo no ha trabajado en todo el mes sino que se ha empecinado en hacerle absolutamente difícil el trabajo al prójimo y, sin embargo, este le sigue recompensando… bajo el criterio del mundo aquí tenemos a un tonto, bajo el criterio del evangelio aquí tenemos un corazón semejante al de Jesús que no se cansó de darnos aunque le rechazamos, un corazón que ama verdaderamente. Así es el perdón, requiere grandeza de corazón, requiere la lógica del amor, de la generosidad, de la magnanimidad: es el perfume que exhala la flor después de ser pisoteada.
